Egoísta de mierda
Odio esto. Me cuesta expresar con palabras lo que Ginóbili
significa para mí. Sin que él lo sepa, el tipo influenció mi vida de mil maneras. En un universo paralelo en el que Manu nunca existió, imagino que mi deseo seguiría siendo el de ser periodista deportivo, pero haber tenido el
privilegio de verlo me hace sentir mucho más conforme con mi decisión.
El recuerdo, por más borroso que sea, está. Me recuerdo hace diez
años, mintiéndole a mi papá: le prometí que me iba a ir a dormir temprano, pero
en vez me quedé viendo las Finales de la NBA. Jugaba San Antonio Spurs contra
Detroit Pistons y era uno de los primeros partidos de la serie.
Todavía me acuerdo de las charlas que tuve en mi escuela primaria
durante los días siguientes. Las palabras van y vienen, pero evidentemente algo me había
atrapado. Mi rutina mentirosa no cambio y de alguna manera logré que mi papá lo
acepte (raro en él). Vimos los tres partidos finales juntos, festejando y
gritando cada tanto de los Spurs, que ganaron el campeonato en el séptimo y
decisivo juego.
Si bien mi obsesión con la NBA tardó en llegar -la temporada
2009/10 fue la primera que seguí de cerca-, mi conexión con Ginóbili se forjó
durante esas noches de junio, en 2005.
Escribo algo y borro. Trato de cambiarle alguna palabra que no me
gustó. Reescribo todo. Vuelvo a dejar la hoja en blanco. No estoy obsesionado con Manu, no es eso. Pero tampoco es un deportista más. Quiero que se entienda perfecto lo que quiero decir, aunque sé que no
va a pasar. Quizá le pase lo mismo a otros periodistas. A mí, por lo menos, me
cuesta horrores hablar/escribir sobre un ídolo.
Porque, a fin de cuentas, eso es lo que representa Manu para mí. No
sólo por su talento dentro de la cancha, que ya de por sí podría ser
suficiente. Lo que lo convierte en una figura de admiración para mí es
el ejemplo que año tras año dio (y da) como persona.
Todo este texto se resume en tres palabras: soy un egoísta. No
tengo problema en admitirlo. Cuando se trata de Emanuel David Ginóbili, no me
importa nada más que verlo jugar. 13 temporadas en la máxima liga de básquet del mundo. 4 anillos de
campeón (en uno de ellos, justamente el de 2005, debería haber sido Finals
MVP). 2 veces al Juego de las Estrellas. Sexto Hombre del Año (en 2008). 2
veces nombrado al Mejor Tercer Equipo NBA. 28.627 minutos (incluyendo
Playoffs, como a él le gusta).
En serio, ¿Cuan egoísta tengo que ser para seguir pidiéndole más?
¿Cuántas volcadas como ésta, que me hizo saltar abruptamente de mi
sillón y empezar a gritar como un demente, le pueden
quedar?
La lógica dice que pocos. Sin embargo, acá está la clave: no me importa. No necesito de todas estas jugadas de película para disfrutar de Ginóbili. Sólo lo necesito a él, driblando la pelota, llamando a un pivot para que éste le ponga una cortina y dejando que el fenómeno con la 20 en la espalda decida que hacer. Lo necesito a él, ejecutando el Pick&Roll, poniendo un pase de pique al piso entre las piernas de un rival. Me necesito a mí mismo mirándolo, sabiendo que me alcanza con que esté en la cancha pero a la vez esperando que haga esa jugada especial, que me deje llorando una vez más.
Y sí, si te lo dije antes: soy un egoísta. Un egoísta de mierda
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