En la vida, es difícil ponerse de acuerdo. Todos tenemos nuestras
preferencias: ya sean trivialidades, como gustos de helado, o temas de mayor
'seriedad', como ideologías políticas, cuesta encontrar lugares de común
entendimiento. En el deporte -más cerca de la categoría
"trivialidad", por más que a veces no parezca- el debate es una
necesidad vital.
Si todos los periodistas gráficos, cronistas radiales o panelistas
televisivos opinaran de igual forma, el deporte perdería su cualidad emocional
y sorpresiva, que despierta tantas pasiones similares en personas de distintas
razas y nacionalidades. Acá es donde debería aclarar que no todas las opiniones
están basadas en argumentos válidos, pero imaginemos por un minuto que todos
entendemos la colosal estupidez que representa (por ejemplo) afirmar que la
Selección Argentina de fútbol juega mejor sin Lionel Messi.
Entonces, va de nuevo. En este contexto tan complejo, con Twitter
al alcance de la mano y con ochentamil páginas web que deben ofrecer contenido
durante las 24 horas del día -a veces, sin importar la calidad de dicho
contenido- todo punto de análisis parecería ser debatible.
Sin embargo, todavía existen algunas anomalías. Equipos, jugadores
o dirigentes, que mantuvieron su status a lo largo del tiempo, generando una
admiración universal tan irrefutable que ni el más rebuscado de la tribu de
bocones se atrevería a cuestionarlos. Esta semana, el deporte se despidió de
una de las anomalías más singulares que se hayan visto: Timothy Theodore Duncan.
No hace falta que les enumere las estadísticas que depositan a
Duncan como uno de los mejores jugadores que alguna vez pisaron una cancha de
básquet. Ponganle el mote que quieran: 'Mejor Ala-Pivot en la historia",
"Top 5, top 10 en la historia de la NBA", da más o menos lo mismo
(personalmente, dependiendo de cómo me levante, Duncan está 2do o 3ero en mi
lista, detrás de Jordan y -algunos días- detrás de Kareem Abdul-Jabbar).
El punto es que el 21 de los Spurs logró, sin quererlo, lo que
cualquier atleta desea: el consenso de la prensa y los aficionados del básquet.
Pero hay algo más. Reconocer y elogiar su talento y sus logros dentro del
parquet es quedarse corto a la hora de hablar de Duncan.
5 anillos, 3 MVP's en las Finales, 2 MVP's en temporada regular y
cualquier cantidad de récords en cuanto a porcentaje y total de victorias
ubican al nacido en Islas Vírgenes en la verdadera élite de la NBA.
Que todos estos reconocimientos hayan ocurrido en una misma franquicia lo
convierten en una rareza aún más difícil de encontrar (Abdul-Jabbar consiguió
uno de sus seis anillos en Milwaukee Bucks y hasta MJ jugó un par de temporadas
en Washington Wizards). Y, por último en orden aunque no en importancia, su
carácter lo define como un profesional consumado. El diamante más preciado
dentro de la joyería más exclusiva.
Me da vergüenza utilizar mis propias palabras para
describir a Tim Duncan. No hay que mirar demasiado lejos, tampoco: la rueda de
prensa de Gregg Popovich, único entrenador que conoció Duncan en toda su
carrera, ilustra a la perfección los valores que ambos sostuvieron durante dos
décadas:
"Es la persona más consistentemente genuina que conocí en mi
vida. Ha sido el mejor compañero que un jugador puede pedir. Hemos conseguido
muchos logros simplemente por el ambiente que él creó. Nunca se quejó de nada,
siempre llegó temprano y se fue tarde. Estuvo presente para cualquier persona
que necesitó de su ayuda. Por todas esas cualidades, es irremplazable".
Pop, quebrado como nunca, lo cuenta como nadie más puede.
Qué decir de alguien que, siendo universalmente reconocido como
una leyenda, se retira sin emitir una palabra. Kobe Bryant se arrastró durante
82 partidos, recibiendo (merecidos) elogios en todas los estadios y cerrando su
brillante carrera con miles de cámaras apuntándolo. Está perfecto. Kobe, otro
monstruo del deporte, se ganó el final que siempre quiso. Duncan -de nuevo, sin
quererlo- le puso un moño poético a 19 años de altruismo, sacrifico, títulos,
exigencia, nobleza y competencia.
Para la ciudad de San Antonio, su silencioso prócer y el atleta
más importante de su historia. Para la NBA, el ícono de una generación que
ostentó a Bryant, Shaquille O'Neal, Kevin Garnett, Dirk Nowitzki, Jason Kidd,
nuestro amado Manu y tantos otros. Para el deporte, el principal responsable
del período más exitoso para cualquier equipo, en cualquier disciplina. Para
mí, el epítome de la excelencia. Gracias por todo, Timmy. Te quiero muchísimo.